Los pensamientos son nuestros sentidos interiores Nuestra vida en el mundo nos llega bajo la forma del tiempo. Por consiguiente, nuestra expectativa es una fuerza creativa y a la vez constructiva. Si lo único que esperas hallar en tu interior son los elementos reprimidos, abandonados y vergonzosos de tu pasado o el acoso de Ja sed, sólo encontrarás vacío y desesperación. Si no vuelves el ojo benigno de la expectativa creadora a tu mundo interior, jamás encontrarás nada allí. Tu manera de ver las cosas es la fuerza más poderosa que da forma a tu vida. En un sentido vital, la percepción es la realidad.
La fenomenología demuestra que toda conciencia es conciencia de algo. El mundo jamás está fuera de nosotros. Nuestra intencionalidad lo construye. En general construimos nuestro mundo de manera tan natural que somos inconscientes de lo que estamos haciendo en este preciso instante. Se diría que el mismo ritmo de construcción obra hacia nuestro interior. Nuestra intencionalidad construye los paisajes de nuestro mundo interior. Tal vez ha llegado el momento de una fenomenología del alma. El alma crea, forma y puebla nuestra vida interior. La puerta a nuestra identidad más profunda no se encuentra en el análisis mecánico. Debemos escuchar al alma, expresar su sabiduría de forma poética y mística. Es tentador emplearla como un receptáculo más para nuestras energías analíticas frustradas y exhaustas. Conviene recordar que desde los tiempos antiguos el alma era profunda, peligrosa e imprevisible precisamente porque se la concebía como la presencia de lo divino en nuestro interior. Separada de la santidad, se vuelve una cifra inocua. Despertar el alma es viajar hacia la frontera donde la experiencia se inclina ante la alteridad en tremens et fascinans.
Existe una conexión íntima entre la manera que miramos las cosas y lo que llegamos a descubrir. Si puedes aprender a contemplar tu yo y tu vida con espíritu benigno, creativo y aventurero, siempre hallarás algo que te sorprenda. Dicho de otra manera, jamás percibimos nada de manera total y pura. Todo lo vemos a través de la lente del pensamiento. Tu manera de pensar determina lo que descubres. El Maestro Eckhart lo expresó con esta bella frase:
"Los pensamientos son nuestros sentidos interiores". Sabemos que cualquier deterioro que sufran nuestros sentidos exteriores reduce la presencia del mundo para nosotros:
Si eres miope, el mundo se vuelve borroso; si pierdes el oído, un silencio sordo reemplaza la música o la voz de tu amado. Asimismo, si tus pensamientos sufren deterioro, si son negativos o se ven disminuidos, jamás descubrirás nada fecundo o bello en tu alma. Si los pensamientos son nuestros sentidos interiores y permitimos que sufran menoscabo, las riquezas de nuestro mundo interior jamás vendrán a nuestro encuentro. Debemos imaginar con mayor coraje si hemos de acoger la creación en mayor plenitud.
El pensamiento te relaciona con tu mundo interior. Si los pensamientos no son tuyos, son de segunda mano. Cada uno debe aprender el lenguaje singular de su alma. En ese lenguaje hallarás una lente del pensamiento qué aclare e ilumine el mundo interior. Dostoievsky dice que muchas personas llegan al final de la vida sin hallarse jamás a sí mismas en sí mismas. Si temes tu soledad o si vas a su encuentro con pensamientos arraigados o menoscabados, jamás llegarás a lo profundo de ti. Cuando permitas que tu luz interior te despierte, ése será un gran momento en tu vida. Tal vez sea la primera vez que contemplas tu yo tal como es. El misterio de tu presencia jamás se puede reducir a tu papel, tus actos, tu amor propio o tu imagen. Eres una esencia eterna; ésa es la razón antigua de tu presencia. Vislumbrar esta esencia es entrar en armonía con tu destino y con la providencia que siempre vela por tus días y tus caminos. El proceso de autodescubrimiento nunca es fácil; puede generar sufrimiento, dudas, desaliento. Pero no debemos evitar la integridad de nuestro ser para reducir el dolor.
Soledad ascética La soledad ascética puede ser penosa. Te retiras del mundo para obtener una visión más clara de quién eres, qué haces y adonde te lleva la vida. La gente que se consagra a ello lleva una vida contemplativa. Cuando visitas a alguien en su casa, ocupan la puerta y el umbral las tramas de presencia de todas las recepciones y despedidas que suceden en ellos. Si visitas un claustro o un convento de vida contemplativa, nadie vendrá a recibirte. Entras, haces sonar una campana y una persona aparece detrás de una ventana con barrotes. Son casas especiales que alojan a los supervivientes de la soledad. Se han desterrado de la adoración exterior de la tierra para aventurarse en el espacio interior donde los sentidos no tienen nada que celebrar.
La soledad ascética requiere silencio. Éste es una de las grandes víctimas de la cultura moderna. Vivimos una época intensa, visualmente agresiva; todo es incitado hacia el exterior, hacia la sensación de la imagen. En una cultura cada vez más homogeneizada y universalista es lógico que la imagen tenga semejante poder. A medida que todo entra en una red, ciertas imágenes acceden a la universalidad instantánea. Existe una moderna industria de la dislocación, increíblemente sutil y poderosamente calculadora, en la cual se desconoce por completo todo aquello que es profundo y vive en silencio en nuestro interior. El poder de las imágenes seduce constantemente la superficie de nuestra mente. Se produce un desahucio siniestro; constantemente se arrastra la vida de la gente hacia el exterior. La publicidad y la realidad social exterior, implacables propietarios del mundo moderno, expulsan el alma del mundo interior. Este exilio exterior nos empobrece. Muchas personas sufren estrés, no porque hagan cosas estresantes, sino porque dejan muy poco tiempo para el silencio. La soledad fecunda es inconcebible sin silencio ni espacio.
El silencio es uno de los grandes umbrales del mundo. Los celtas reconocían en el silencio y lo desconocido los compañeros entrañables de la travesía humana. Los saludos y despedidas que iniciaban y ponían fin a las conversaciones eran siempre bendiciones. La poesía y la oración celtas trasuntan la sensación de que las palabras emergen de un silencio profundo, reverente. En lo fundamental existe el gran silencio que va al encuentro del lenguaje; todas las palabras provienen del silencio. Las palabras profundas, resonantes, curativas y fecundas están cargadas de silencio ascético. El lenguaje que no reconoce su afinidad con la realidad es banal, denotativo, puramente discursivo. El lenguaje de la poesía viene del silencio y a él retoma. Una de las víctimas de la cultura moderna es la conversación. Cuando hablas con alguien, generalmente oyes una anécdota superficial o un catálogo de novedades terapéuticas. Es lamentable oír que una persona se describe según el proyecto en que está embarcada o el trabajo exterior que supone su función. Cada persona es destinataria cotidiana de nuevos pensamientos y sensaciones inesperadas. Pero éstos no encuentran acogida ni expresión en nuestra interacción social ni en la forma en que acostumbramos describirnos. Esto es decepcionante en vista de que las cosas más profundas que heredamos nos vinieron por vía de las conversaciones significativas. En la verdadera conversación hay imprevisibilidad, peligro, resonancia; puede tomar cualquier cariz y roza constantemente lo inesperado, lo desconocido. No es una estructura imaginada por el solitario amor propio; crea comunidad. Buena parte de nuestra conversación recuerda a la araña que teje maniáticamente una tela de lenguaje fuera de sí misma. Nuestros monólogos paralelos con sus tartamudeos entrecortados sólo refuerzan el aislamiento. Hay poca paciencia para el silencio de donde surgen las palabras o el que se encuentra entre y dentro de ellas. Cuando lo olvidamos o descuidamos, vaciamos nuestro mundo de sus presencias secretas y sutiles. Ya no podemos conversar con los muertos o ausentes.
|