Anam Cara                    El Libro de la Sabiduría Celta

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Capítulo 4
El trabajo como poética del desarrollo

El ojo celebra el movimiento

El ojo humano adora el movimiento y está atento a la menor señal. Conoce momentos de júbilo frente al mar cuando sube la marea, cuando las olas repiten su danza sobre la playa. Ama el movimiento de la luz, el de la luz estival detrás de una nube que flota sobre un prado. El ojo sigue las hojas arrastradas y los árboles mecidos por el viento. El movimiento siempre atrae a los humanos. Cuando eras niño, querías gatear, luego andar y de adulto sientes el deseo constante de avanzar hacia la independencia y la libertad.
Todo lo que vive está en movimiento. Esto se llama desarrollo o crecimiento. Su forma más emocionante no es la meramente física, sino la del crecimiento interior del alma y la vida. Es aquí donde el anhelo sagrado dentro del corazón pone la vida en movimiento. El deseo más profundo del corazón es que este movimiento no sea interrumpido o entrecortado, sino que desarrolle suficiente continuidad para convertirse en ritmo de la propia vida.
El corazón del tiempo es el cambio y el crecimiento. Cada vivencia que despierta en ti enriquece tu alma y profundiza tu memoria. La persona es nómada, viajando de umbral en umbral hacia experiencias distintas. En cada vivencia nueva se despliega una nueva dimensión del alma. No es casual que desde tiempos antiguos se dé por sentado que el ser humano es un vagabundo. Estos viajeros recorrían territorios extraños e ignotos. Pero como dijo Stanislavsky, el director teatral y pensador ruso, "el viaje más largo y emocionante es hacia el interior de uno mismo".
El alma humana contiene bellas potencialidades de crecimiento. Para comprenderlo, podemos concebir la mente como una torre con muchas ventanas. Desgraciadamente, muchas personas permanecen atrapadas delante de una sola ventana. Uno crece cuando se aleja de esa ventana y pasea por la torre interior del alma para volverse hacia las otras ventanas. A través de ellas aparecen nuevas perspectivas de potencialidad, presencia y creatividad. Con frecuencia la satisfacción, la rutina y la ceguera le impiden a uno percibir su vida. Mucho depende del marco de la visión, es decir, la ventana a través de la cual se mira.

Crecer es cambiar

En la poética del crecimiento es importante estudiar cómo la potencialidad y el cambio nos acompañan siempre y nos permiten acceder a nuevas profundidades interiores. Su movimiento interior continuo nos hace conscientes de la eternidad oculta detrás de la fachada exterior de nuestra vida. En lo más profundo de cada vida, por intelectual o rutinaria que parezca desde el exterior, sucede algo eterno. Ésta es la secreta conspiración del cambio y la potencialidad con el crecimiento. John Henry Newman lo resumió en una bella frase: "Crecer es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia". Por eso el cambio, lejos de amenazarnos, puede acercar nuestra vida a la perfección. La perfección no es una consumación fría. Tampoco significa evitar riesgos y peligros para conservar el alma pura y la conciencia despejada. Cuando eres fiel al riesgo y a la ambivalencia del crecimiento, comprometes tu vida. El alma ama el riesgo, que es la puerta por donde puede entrar el desarrollo. Dijo Holderlin:
Nah ist
und schwer zu fassen der Gott. 
Wo aher Gefahr ist, wachst 
das Rettende auch.

"Cercano y difícil es entender al Dios. Allí donde hay peligro, crece también la redención." La perfección es la consumación de la vida plenamente vivida y habitada. 
La potencialidad y el cambio se vuelven crecimiento durante esa forma de tiempo que llamamos día. Habitamos los días. Este ritmo da forma a nuestra vida. Tu vida adquiere la forma de cada nuevo día que te es dado vivir. El poeta polaco Tadeusz Rózewicz describe la dificultad para escribir buenos poemas. El escritor escribe sin parar, pero la cosecha es mínima. Sin embargo, "es más fácil escribir un libro que vivir un día plenamente", dice Rózewicz. Cada día es precioso porque en esencia es el microcosmos de tu vida entera. Te ofrece posibilidades y promesas jamás vistas. Asumir con honor la plena potencialidad de la vida es asumir dignamente la potencialidad del nuevo día. Cada uno es distinto. Dice Dios en el Apocalipsis: "He aquí que estoy haciendo la creación de nuevo; el mundo del pasado se ha ido". El nuevo día profundiza lo que ya sucedió y presenta lo que es sorprendente, imprevisible y creativo. Aunque quieras cambiar tu vida, hagas terapia o adquieras una religión, la nueva visión será pura cháchara hasta que la incorpores a la práctica del día.

La veneración celta del día

La espiritualidad celta tenía una aguda conciencia de la importancia de cada día y de su carácter sagrado. Los celtas jamás iniciaban el día con una perspectiva rutinaria y embrutecedora; cada día era un comienzo. Una bella oración lo expresa así:


Dios me bendiga para el nuevo día
no concedido hasta hoy,
para bendecir mi presencia me has dado el triunfo,
oh Dios. Bendice mi ojo,
que mi ojo bendiga todo lo que ve,
bendeciré a mi vecino,
que mi vecino me bendiga, 
que Dios me dé corazón limpio, 
no me pierda de vista tu ojo
bendice a mis hijos y a mi esposa 
y bendice mis medios y mi ganado.

El celta vivía en plena naturaleza. Es fácil tener conciencia creativa del día cuando se vive en presencia de esa gran divinidad llamada Naturaleza. Para los celtas, la naturaleza no era materia, sino una presencia luminosa y sobrenatural plena de profundidad, potencialidad y belleza.

Un bello poema antiguo, La brama del ciervo, invoca el día:

Me levanto hoy
por la fuerza de Dios que me dirige,
el poder de Dios que me sostiene,
la sabiduría de Dios que me guía,
el ojo de Dios que me mira,
el oído de Dios que me oye,
las palabras de Dios que me hablan,
la mano de Dios que me cuida,
el camino de Dios que aparece ante mí,
los escudos de Dios que me protegen,
las huestes de Dios que me salvan
de las trampas de los demonios,
de las tentaciones de los vicios,
de todo el que me desee el mal.
lejos y cerca,
solo y entre la multitud.

El concepto del día como lugar sagrado es una maravillosa perspectiva para la creatividad. Tu vida adquiere la forma de los días que habitas. Los días nos penetran. Lamentablemente, en la vida moderna el día suele ser una jaula donde la persona pierde su juventud, energía y fuerza. Se lo experimenta como una jaula precisamente porque transcurre en el lugar de trabajo. Muchos de nuestros días y buena parte de nuestro tiempo transcurren en trabajos que están por fuera de los campos de la creatividad y el sentimiento. El lugar de trabajo suele ser complejo y penoso. La mayoría de nosotros trabajamos para otro y perdemos mucha energía. Una de las definiciones de la energía es la capacidad de trabajar. Después de pasar los días en la jaula nos sentimos cansados, agotados. En la ciudad, los atascos matutinos retrasan a las personas que acaban de terminar la noche y están soñolientas y nerviosas y se sienten impotentes. La presión y el estrés ya les ha estropeado el día. Al atardecer están cansadas por la larga jornada de trabajo. Cuando llegan a su casa no les queda energía para explorar o vivificar su corazón.
A primera vista es muy difícil reunir el mundo del trabajo y el del alma. La mayoría trabaja para sobrevivir. Necesitamos ganar dinero; no tenemos alternativa. En cambio, los desempleados se sienten frustrados y denigrados, y sufren una merma de su dignidad. Sin embargo, los que trabajamos con frecuencia nos sentimos atrapados en una jaula de previsibilidad y rutina. Todos los días son iguales. El trabajo suele hundirnos en el anonimato. Sólo se nos exige que aportemos nuestra energía. Habitamos el lugar del trabajo y a la tarde, cuando nos vamos, se olvidan de nosotros. Tenemos la sensación de que nuestro aporte, aunque necesario y exigido, es puramente funcional y, en realidad, poco apreciado. El trabajo debería ser todo lo contrario: una arena llena de potencialidades donde uno pueda expresarse.

 

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