Anam Cara                    El Libro de la Sabiduría Celta

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Capítulo 5
Envejecer: la belleza de la cosecha interior 

El fuego del anhelo 

La sociedad moderna se basa en una ideología de la fuerza y la imagen. Por consiguiente, los viejos suelen quedar marginados. La cultura moderna está obsesionada por lo superficial, la imagen, la velocidad y el cambio; está impulsada por ellas. En tiempos antiguos se consideraba a los ancianos personas de gran sabiduría. Se trataba a los mayores con veneración y respeto. El fuego del anhelo arde vigoroso en el corazón del anciano. Nuestra concepción de la belleza se ha empobrecido porque la hemos reducido a una cara bonita. Hay un culto a la juventud en el que todos tratan de conservar el aspecto juvenil. Hay cirugías plásticas e infinitos métodos para conservar la imagen de la juventud. En realidad, esto no es belleza. La verdadera belleza es una luz que viene del alma. A veces, en el rostro de un anciano ves esa luz detrás de las arrugas; es una visión de exquisita belleza. Yeats expresa esta pasión y anhelo en su hermosa Canción del errante Aengus:

Me fui a la avellaneda
por culpa del fuego que tenía en la cabeza,
corté y pelé una rama fina
y até una baya a un cordel.
Y cuando las polillas blancas echaron a volar
y las estrellas comenzaron a titilar,
tiré la baya a un arroyo
y pesqué una trucha de plata.
Cuando la tuve en el suelo,
me puse a encender una hoguera,
pero algo se agitó en el suelo
y alguien me llamó por mi nombre.
Se había convertido en mujer de humo,
tenía flores de manzano en el pelo,
pronunció mí nombre, echó a correr
y desapareció en el aire tornasolado.
Aunque soy viejo y vagando voy por tierras bajas y tierras montañosas, averiguaré dónde ha ido, besaré sus labios, le cogeré la mano;
pasearé entre las matas altas y manchadas y arrancaré, hasta que el tiempo se consuma, las manzanas plateadas de la luna, las manzanas doradas del sol.

Envejecer: invitación a una nueva soledad

La perspectiva de envejecer puede ser aterradora debido a la nueva soledad en tu vida. Una nueva serenidad se asienta sobre el marco exterior de tu vida activa, el trabajo realizado, la familia que has formado y la función que has cumplido. La quietud y la soledad se apoderan de tu vida. Esto no tiene nada de aterrador. Tu nueva serenidad y soledad, empleadas de manera creativa, pueden ser dones maravillosos, recursos muy fecundos para ti. Una y otra vez nuestro desasosiego nos lleva a pasar por alto los grandes tesoros de nuestra vida. En nuestra mente siempre estamos en otra parte. Rara vez nos encontramos en el lugar donde estamos y en el tiempo de ahora. Muchas personas son acosadas por el pasado, por las cosas que no hicieron, que debieron haber hecho y por ello están arrepentidas. Son prisioneras del pasado. Otras se ven acosadas por el futuro; viven angustiadas y preocupadas por el porvenir.
Entre tanto estrés y prisa, pocos pueden habitar el presente. Una de las alegrías de la vejez es que tienes más tiempo para estar inmóvil. Pascal dijo que muchos de nuestros problemas más graves se deben a nuestra incapacidad para estar quietos en una habitación. La quietud es vital para el mundo del alma. Si la adquieres a medida que envejeces, descubrirás que puede ser una gran compañera. Los fragmentos de tu vida tendrán tiempo para unirse, los lugares donde tu alma protectora está herida o rota podrán curarse o juntarse. Podrás volver a tu yo. En esta quietud podrás conversar con tu alma. Muchas personas se pasan por alto a sí mismas durante el trayecto de su vida. Conocen a otras personas, lugares, destrezas, trabajos, pero lo trágico es que jamás se conocen a sí mismas. La vejez puede ser un hermoso momento para conocerte, acaso por primera vez. T.S. Eliot dijo que el fin de toda nuestra exploración será llegar al lugar de donde partimos y conocerlo por primera vez.

Desolación: la clave del valor

Cuando te conoces demasiado bien, en realidad eres un extraño para ti mismo. A medida que envejeces, tienes más tiempo para conocerte. Esta soledad puede volverse desolación conforme envejeces. La desolación es muy penosa. Un amigo mío que vivía en Alemania me habló de su guerra contra la nostalgia. El temperamento, el orden, las estructuras y la superficialidad de los alemanes le resultaban muy penosos. Durante el invierno tuvo gripe y la soledad que había reprimido vino a acosarlo. En su desesperada desolación, decidió dar rienda suelta a esos sentimientos en lugar de evitarlos. Se sentó en un sillón y se concedió libertad para sentirse solo. En cuanto tomó esta decisión, se sintió como el huérfano más abandonado del cosmos. Lloró sin poder contenerse. De alguna manera, lloraba por toda la soledad que había ocultado en su vida. La experiencia, aunque dolorosa, fue extraordinaria. Al romper los diques interiores, modificó su relación con la soledad. Jamás volvió a sentirse solo en Alemania. Una vez liberado, abrazó su soledad, hizo las paces con ella, la convirtió en parte natural de su vida. Una noche, estando en Connemara, conversaba sobre la soledad con un amigo. Me dijo: Is pol dibh doite Jan t-uaigness ach ma dhdnann td sdas J, ddnfaidh td amach go leor eile at go h-lainn chomh maith, es decir: "La soledad es un agujero, pero si lo cierras, también cierras muchas cosas que pueden ser hermosas para ti". No debemos temer esa soledad. Si hacemos las paces con ella, puede darnos una libertad desconocida.

La sabiduría como apostura y gracia

La sabiduría es otra cualidad de la vejez. En sociedades antiguas a los ancianos se les llamaba mayores en virtud de la sabiduría que habían cosechado por haber vivido tanto tiempo. Nuestra cultura está obsesionada por la información. Hay más información disponible en el mundo que nunca antes. Tenemos muchos conocimientos sobre todas las cosas imaginables. Pero hay una gran diferencia entre la sabiduría y el conocimiento. Puedes saber muchas cosas, poseer muchos datos sobre distintas cosas e incluso sobre ti mismo, pero lo que te conmueve es aquello que comprendes profundamente. La sabiduría es una forma profunda de conocer. Es el arte de vivir en consonancia con el ritmo de tu alma, tu vida y lo divino. Es la forma como aprendes a descifrar lo desconocido; y éste es nuestro compañero más íntimo. La cultura celta y el antiguo mundo irlandés profesaban un gran respeto por la sabiduría. En esa sociedad predominantemente matriarcal muchas de estas personas sabias eran mujeres. La maravillosa tradición de la sabiduría celta se prolongó en el monacato irlandés. Mientras Europa vivía años de oscurantismo, los monjes irlandeses conservaban la memoria de la cultura. Crearon centros de enseñanza en toda Europa. Los monjes irlandeses recivilizaron el continente, y sus enseñanzas sirvieron de base para el maravilloso escolasticismo medieval con su fecunda cultura.
Era tradicional que cada región de Irlanda tuviera su propio sabio. En el condado de Clare había una mujer sabia llamada Biddy Early (Biddy significa "criticona"). En Galway había otra mujer llamada Cailleach an Clochain, o anciana de Clifden, que poseía también esta sabiduría. Cuando una persona estaba desconcertada o preocupada por el futuro, visitaba a un sabio. Con sus consejos, aprendía a encararse con su destino, a vivir más profundamente y a sentirse protegida del peligro y la destrucción inminentes. Se suele asociar la sabiduría con el tiempo de la cosecha en la vida. Lo que está desparramado carece de unidad; lo cosechado alcanza la unidad y la comunión. Pues bien, la sabiduría es el arte de equilibrar lo conocido con lo desconocido, el sufrimiento con la alegría; es una manera de integrar la vida en una unidad nueva y más profunda. Nuestra sociedad haría bien en prestar atención a la sabiduría de los ancianos, integrarlos en el proceso de toma de decisiones. La sabiduría de los mayores nos permitiría elaborar una visión coherente del futuro. En definitiva, la sabiduría y la visión son hermanas; la creatividad, crítica y clarividencia de la visión emanan de la mente de la sabiduría. Los mayores son grandes tesoros de sabiduría.

 

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