El nacimiento como muerte Imaginaos si pudiera hablar con un feto en el útero y explicarle su unidad con la madre. Cómo ese cordón de unión le da vida. Y decirle a continuación que esa situación estaba a punto de finalizar. Que iba a ser expulsado del útero para atravesar un pasaje muy estrecho y caer en un vacío luminoso. El cordón que lo unía al útero materno sería cortado;
desde entonces y para siempre, llevaría una vida propia. Si el feto pudiera responder, sin duda diría que iba a morir. Para el feto, nacer parecería una forma de morir. Estos problemas tan importantes son difíciles de dilucidar porque los vemos desde un solo lado. Nadie ha tenido esa experiencia. Los muertos permanecen alejados; jamás vuelven. Por eso, no podemos ver el otro lado del círculo abierto por la muerte. Wittgenstein lo resumió muy bien cuando dijo que "la muerte no es una experiencia de la propia vida". No puede serlo porque es el fin de la vida en y a través de la cual uno tuvo todas sus experiencias.
Me gusta pensar en la muerte como en un renacer. El alma es libre en un mundo donde no hay más separación, sombra ni lágrimas. Una amiga mía sufrió la muerte de su hijo de veintiséis años. Yo asistí al entierro. Sus demás hijos la rodeaban cuando el ataúd bajó a la fosa, y se alzó un coro desgarrador de lamentos. Ella los abrazó y les dijo: N bigi ag caoineadh, nil tada dho thios ansin ach amhin an clddach a bhi air. "No lloréis porque no queda nada de él aquí, solamente la envoltura que lo cubría en esta vida". Es una hermosa idea, un reconocimiento de que el cuerpo era sólo una envoltura y el alma ha sido liberada para lo eterno. La muerte transfigura nuestra separación En Conamara, las tumbas están cerca del mar, donde el suelo es arenoso. Al cavar una tumba, se corta una sección de césped y se la aparta cuidadosamente, sin dañarla. Se coloca el ataúd en la fosa. Se dicen las oraciones, se bendice la tumba y se la llena de tierra. Finalmente se coloca sobre ella la sección de césped, que se adapta perfectamente. Un amigo mío dice que es una "cesárea al revés". Es como si el útero de la Tierra, sin romperse, recibiera nuevamente al individuo que una vez tomó forma de arcilla para vivir sobre la superficie. Es una hermosa idea: un regreso a casa, donde a uno lo reciben íntegramente.
Es un hecho extraño y maravilloso estar aquí, caminar dentro de un cuerpo, tener un mundo en el interior y un mundo al alcance de los dedos. Es un privilegio enorme y es increíble que los humanos olviden el milagro de estar aquí. Dijo Rilke: "Estar aquí es mucho". Es desconcertante comprobar cómo la realidad social nos aturde e insensibiliza hasta el punto de que el portento místico de nuestra vida pasa totalmente inadvertido. Estamos aquí. Somos salvaje, peligrosamente libres. El aspecto más desolado de estar aquí es nuestra separación en el mundo. Cuando vives en un cuerpo, estás separado de todos los demás objetos y personas. Muchas veces, cuando tratamos de rezar, de amar, de crear, en realidad queremos transfigurar esa separación, construir puentes para que otros puedan llegar a nosotros y nosotros a ellos. En el momento de la muerte se rompe esa separación física. El alma se libera del alojamiento particular y exclusivo en este cuerpo. Entra en un universo libre y vaporoso de comunión espiritual.
¿Son distintos el espacio y el tiempo en el mundo eterno? El espacio y el tiempo son los cimientos de la identidad y la percepción humanas. Jamás tenemos una percepción que no incluya esos elementos. El elemento espacio significa que siempre estamos en estado de separación. Yo estoy aquí.
Tú estás allá. La persona más entrañable para ti, tu ser amado, es un mundo distinto del tuyo. Es el aspecto patético del amor. Dos personas muy unidas quieren ser una, pero sus espacios no les permiten franquear esa distancia que los separa. En el espacio, siempre estamos separados. El otro componente de la percepción y la identidad es el tiempo. Éste también nos separa. El tiempo es ante todo lineal, discontinuo, fragmentado. Tus días pasados han desaparecido; se han desvanecido. El futuro aún no ha llegado. Sólo te queda el pequeño peldaño del presente, que es un momento.
Al abandonar el cuerpo, el alma se libera del peso y el dominio del espacio y el tiempo. Es libre de ir donde quiera. Los muertos son nuestros vecinos más próximos. El Maestro Eckhart se preguntó: "¿Adonde va el alma de una persona cuando muere?". Y respondió: "A ninguna parte". ¿A qué otro lugar podría ir el alma? ¿En qué otro lugar está el mundo eterno? Sólo puede estar aquí. Lo hemos desfigurado al espacializarlo. Hemos expulsado lo eterno hacia una suerte de galaxia remota. Sin embargo, el mundo eterno no parece ser un lugar, sino un estado del ser distinto. El alma de la persona no va a ningún lugar porque no hay un lugar donde ir. Esto sugiere que los muertos están con nosotros, en el aire que atravesamos constantemente. La única diferencia entre nosotros y los muertos es que ellos ocupan una forma invisible. No puedes verlos con el ojo humano. Pero puedes intuir la presencia de tus seres amados que han muerto. El sentido sensible de tu alma los percibe. Sientes su presencia cercana.
Mi padre contaba una historia sobre cierto vecino, que era muy amigo del sacerdote de la localidad. En Irlanda hay toda una mitología sobre los poderes especiales de los sacerdotes y los druidas. El vecino y el sacerdote solían pasear juntos. Un día el vecino le preguntó: ¿Dónde están los muertos? El sacerdote respondió que no debía hacer esa clase de preguntas. Pero el hombre insistió hasta que el sacerdote dijo: Te lo mostraré, pero no se lo debes revelar a nadie. De más está decir que el hombre no cumplió su palabra. El sacerdote alzó su mano derecha; detrás de ella el hombre vio las almas de los muertos, abundantes como las gotas de rocío sobre la hierba. Con frecuencia nuestra soledad y aislamiento se deben a una falta de imaginación espiritual. Olvidamos que no existe el espacio vacío. Todo el espacio está colmado de presencia, en especial la de aquellos que ocupan una forma eterna, invisible.
Para los muertos también cambia el mundo del tiempo. Aquí estamos atrapados en el tiempo lineal. Hemos olvidado el pasado; se ha perdido. No conocemos el futuro. Para los muertos, el tiempo debe ser totalmente distinto porque viven en un círculo de eternidad. Al principio de este libro hablé del paisaje y cómo el de Irlanda resiste la linealidad. Dije que el intelecto celta siempre rechazaba la línea recta a la vez que amaba la forma del círculo. En éste, el comienzo y el fin son hermanos que permanecen guarecidos en la unidad del año y de la Tierra que ofrece lo eterno. Yo imagino que en el mundo eterno el tiempo se ha convertido en el círculo de la eternidad. Tal vez cuando una persona entra en ese mundo puede echar una mirada a lo que aquí llamamos tiempo pasado. Tal vez pueda ver el tiempo futuro. Para los muertos el tiempo presente es presencia total. Esto sugiere que nuestros amigos muertos nos conocen mejor de lo que pudieron conocernos en vida. Saben todo sobre nosotros, incluso cosas que tal vez los decepcionen. Pero en su estado transfigurado, su comprensión y caridad son proporcionales a todo lo que saben sobre nosotros.
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