Anam Cara                    El Libro de la Sabiduría Celta

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Capítulo 3
Tu soledad es luminosa

El cuerpo está en el alma

Debemos aprender a confiar en el aspecto indirecto de nuestro yo. Tu alma es el lado oblicuo de tu mente y cuerpo. El pensamiento occidental enseña que el alma está en el cuerpo. Sostiene que está encerrada en una región especial, pequeña y sutil de éste. Suele imaginarla de color blanco. Cuando muere la persona, parte el alma y el cuerpo se derrumba. Diría que es una versión falsa del alma. El criterio más antiguo enfoca el problema de la relación entre alma y cuerpo en sentido inverso. El cuerpo está en el alma. Tu alma es más extensa que tu cuerpo, abarca a éste y también la mente. Sus antenas son más perceptivas que las de la mente o el yo. Si confiamos en esta dimensión umbría, llegamos a nuevos lugares en la aventura humana. Pero para ser, debemos liberarnos; si no dejamos de forzarnos, jamás entraremos en comunión con nosotros mismos. Hay algo antiguo en nuestro interior que crea la novedad. En verdad, se necesita muy poco para desarrollar un auténtico sentido de la propia individualidad espiritual. Una de las cosas absolutamente esenciales para ello es el silencio, la otra es la soledad.
La soledad es una de las cosas más valiosas del espíritu humano. No es lo mismo que el abandono. Cuando te sientes abandonado, adquieres una conciencia punzante de tu separación. La soledad puede ser un regreso a tu comunión más profunda. Uno de los aspectos más bellos que poseemos como individuos es la presencia de lo inconmensurable en nosotros. En cada uno hay un punto de absoluta desconexión de todo y de todos. Es un tesoro, aunque asusta reconocerlo. Significa que no podemos seguir buscando fuera las cosas que necesitamos dentro. Las bendiciones que anhelamos no están en otros lugares o personas. Sólo tu propio yo puede dártelas. Su patria es el fuego de tu alma.

Ser natural es ser santo

En Irlanda occidental hay muchas casas con fogón y chimenea. En invierno, cuando visitas a alguien, atraviesas el paisaje frío y desolado hasta llegar al fogón, donde te aguardan el calor y la magia del fuego. El fuego de turba es una presencia antigua. La turba viene de la tierra, trae recuerdos de árboles, campos y tiempos antiguos. Es extraño quemar la tierra en la intimidad de la casa. Me fascina la imagen del fogón como lugar de regreso y calidez.
En la soledad interior de todos hay un fogón cálido y fulgurante. La idea de inconsciente, aunque profunda y maravillosa, hace que a veces se tenga miedo de volver a ese fogón particular. Mal interpretamos el inconsciente si pensamos que es un sótano donde alojamos nuestras represiones y el daño que nos hacemos a nosotros mismos. El miedo a nosotros mismos nos hace imaginar que dentro tenemos monstruos. Dice Yeats: "El hombre necesita un valor temerario para descender al abismo de sí mismo". Pero lo cierto es que estos demonios no ocupan todo el inconsciente. La energía primordial del alma nos reserva un calor y una acogida maravillosos. Uno de los motivos por los que se nos puso en la Tierra fue para establecer esta relación con nosotros mismos, esta amistad interior. Los demonios nos acosarán mientras tengamos miedo. Todas las aventuras mitológicas clásicas exteriorizan los demonios. Al presentar batalla, el héroe se engrandece, alcanza nuevos niveles de creatividad y equilibrio. Cada demonio interior es portador de una preciosa bendición que curará y liberará. Para recibir ese don, debes dejar a un lado tu miedo y afrontar el riesgo de pérdidas y cambios que trae consigo cada encuentro interior. 
Los celtas poseían un maravilloso conocimiento intuitivo de la complejidad de la psique. Creían en varias presencias divinas. Lugh era el dios más venerado. Era un dios de luz y de los dones. El Luminoso. La antigua festividad de Lunasa lleva su nombre. La diosa de la Tierra era Anu, madre de la fecundidad. También reconocía el origen divino de la negatividad y la oscuridad. Había tres diosas madres de la guerra: Morrigan, Macha y Bodbh. Las tres cumplen un papel crucial en la antigua epopeya, Taín. Los dioses y las diosas siempre estaban vinculados con algún lugar. Las presencias divinas se manifestaban sobre todo en árboles, manantiales y ríos. Alentada por esa rica trama de presencias divinas, la psique antigua jamás estuvo tan aislada y alienada como la moderna. Para remediar esa alienación de nuestro tiempo es vital que recuperemos el alma.
En términos teológicos o espirituales, podemos concebir esta desconexión absoluta con la totalidad como un vacío sagrado en el alma que nada exterior puede colmar. A veces tratamos desesperadamente de colmarlo con posesiones, trabajo o creencias, pero éstas nunca se afirman. Siempre caen y nos dejan más inermes e indefensos que nunca. Llega el momento en que te das cuenta de que ya no puedes seguir disimulando ese vacío. Mientras no oigas su llamada, serás un fugitivo interior, huyendo de refugio en refugio, nada que se parezca a una casa. La naturalidad es santidad, pero es muy difícil ser natural, es decir, sentirse cómodo con la propia naturaleza. Si estás fuera de tu yo, si siempre buscas más allá de él, desconoces la llamada de tu propio misterio. Cuando reconoces la soledad de tu integridad y te acoges a su misterio, tus relaciones con otros adquieren nuevo calor, aventura, asombro.
La espiritualidad es sospechosa cuando se emplea como anestésico para engañar la sed espiritual. Esa espiritualidad es producto del miedo a la soledad. Quien afronta la soledad con coraje aprende que no tiene motivos para temer. La expresión "no temas" aparece trescientas sesenta y seis veces en la Biblia. En el corazón de tu soledad hay un alivio. Cuando lo comprendes, pierdes la mayor parte del miedo que rige tu vida. Apenas se transfigura tu miedo, entras en consonancia con el ritmo de tu yo.

 

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