El tiempo como círculo Al ojo humano le fascina mirar; disfruta de la belleza virgen de nuevos paisajes, la dignidad de los árboles, la ternura de un rostro humano o la esfera blanca de la luna que bendice la tierra con un círculo de luz. El ojo siempre busca la forma de la cosa. Encuentra consuelo y una sensación de realización en ciertas formas. En lo más profundo de la mente humana reside una fascinación con la forma del círculo porque satisface un anhelo interior. Es una de las formas más antiguas y universales del cosmos. La realidad suele expresarse con esta forma. La Tierra es un círculo y el tiempo mismo parece ser de naturaleza circular. El círculo fascinaba al mundo celta y aparece constantemente en su arte. Los celtas transfiguraron la Cruz al entrelazarla con un círculo. La Cruz celta es un símbolo hermoso. El círculo alrededor de los brazos cura la soledad de estas dos líneas dolo rosas; parece consolar y serenar su linealidad melancólica.
Para los celtas, el mundo natural estaba compuesto de varios reinos. El primero era el mundo natural subterráneo bajo la superficie del paisaje. Aquí habitaban los Tuatha de Danann o buena gente, las hadas. El mundo humano era el reino intermedio entre el subterráneo y el celeste. No existían fronteras impermeables entre ambos. En lo alto estaba el mundo supersensible o superior de los cielos. Estas tres dimensiones se interpenetraban, participaban cada una en las demás. No era casual que se concibiera el tiempo como un círculo que abarcaba todo.
El año es un círculo. La estación del invierno se vuelve primavera; de ésta nace el verano y finalmente viene el otoño para completar el año. El círculo del tiempo jamás se interrumpe. Su ritmo se refleja en el día, que también es circular. Primero es el alba que nace de la oscuridad, crece hacia el mediodía y decrece hacia el atardecer hasta que vuelve la noche. El ser humano vive en el tiempo; por lo tanto, su vida es circular. Venimos de lo desconocido. Aparecemos sobre la Tierra, vivimos en ella, nos alimentamos de ella y llegado el momento volvemos a lo desconocido. El mar sigue este ritmo; la marea fluye y refluye. Es como el aliento humano que entra, llena el pecho y vuelve a partir.
El círculo le da una bella perspectiva al proceso de envejecer. A medida que envejeces, el tiempo afecta a tu cuerpo, a tus vivencias y sobre todo a tu alma. Hay un gran patetismo en el proceso de envejecer. A medida que tu cuerpo envejece, empiezas a perder el vigor natural y espontáneo de la juventud. El tiempo, como una marea lúgubre, carcome la membrana de tus fuerzas. Lo hará gradualmente hasta vaciar tu vida. Es uno de los problemas vitales que más afectan a todos. ¿Podemos transfigurar el daño que nos hace el tiempo? Para investigarlo, veamos primero nuestra afinidad con la naturaleza. Puesto que estamos hechos de arcilla, el ritmo exterior de las estaciones en la naturaleza se reproduce en nuestros corazones. Por eso, tenemos mucho que aprender del pueblo que elaboró y articuló su espiritualidad en hermandad con la naturaleza, es decir, los celtas. Ellos vivían el año como un ciclo de estaciones. Aunque no poseían una psicología explícita, tenían una gran intuición y sabiduría implícitas sobre los ritmos profundos de la comunión humana, su vulnerabilidad, crecimiento y disminución.
Las estaciones en el corazón Hay cuatro estaciones en el corazón de arcilla. Cuando es invierno en el mundo natural, los colores se desvanecen; todo es gris, negro o blanco. Los paisajes y los bellos colores empalidecen. La hierba desaparece y la tierra misma se congela en un estado de desolada retracción. En el invierno, la naturaleza se retira. El árbol pierde sus hojas y se vuelve hacia su interior. Cuando es invierno en tu vida, sufres dolor, dificultades o agitación. Lo más prudente es imitar el instinto de la naturaleza y retirarte hacia tu interior. Cuando es invierno en tu alma, no conviene iniciar nuevos emprendimientos. Es mejor ocultarse, refugiarse hasta que pase el tiempo vacío y desolado. Tal es el remedio de la naturaleza, que se ocupa de sí misma en la hibernación. Cuando padeces un gran dolor en tu vida, tú también debes buscar refugio en tu propia alma.
Una de las transiciones más bellas en la naturaleza es la que media entre el invierno y la primavera. Dijo un antiguo místico zen: cuando se abre una flor, es primavera en todas partes. Cuando la primera flor inocente, infantil, se abre sobre la tierra, uno intuye la agitación de la naturaleza bajo la corteza helada. Una bella frase en gaélico dice ag borradh, "un temblor de la vida a punto de irrumpir". Los colores maravillosos y la vida nueva que recibe la Tierra hacen de la primavera un tiempo de gran exuberancia y esperanza. En cierto sentido, la primavera es la estación joven y el invierno es la vieja. El invierno estaba aquí desde el comienzo. Reinó durante millones de años en medio de una naturaleza muda y desolada, hasta que apareció la vegetación. La primavera es una estación juvenil, que llega en medio de un torrente de vida y esperanza. En su corazón reina un gran anhelo interior. Es un tiempo en el cual el deseo y la memoria se agitan y se buscan. Por consiguiente, la primavera en tu alma es un tiempo maravilloso para emprender aventuras o proyectos nuevos, o realizar cambios importantes en tu vida. Si lo haces en ese momento, el ritmo, la energía y la luz oculta de tu propia arcilla trabajan para ti. Estás en la corriente de tu crecimiento y potencial. La primavera en el alma puede ser bella, llena de esperanzas, fortificante. Puedes realizar transiciones difíciles de manera natural, no forzada y espontánea.
La primavera florece y avanza hacia el verano. En esta estación la naturaleza se engalana de colores. En todas partes reinan la exuberancia, la fecundidad, una textura. El verano es tiempo de luz, crecimiento y llegada. Uno siente que la vida secreta del año se oculta en invierno, empieza a asomar en primavera y termina de florecer en el verano.
Así, el verano en tu alma es un tiempo de gran equilibrio. Estás en el flujo de tu propia naturaleza. Puedes correr todos los riesgos que quieras, que siempre caerás de pie. Hay suficiente abrigo y profundidad de textura a tu alrededor para sostenerte, equilibrarte y cuidarte.
El verano da paso al otoño. Ésta es una de mis estaciones preferidas; las semillas sembradas en primavera y nutridas en el verano dan frutos en el otoño. Es la cosecha, la consumación del trayecto largo y solitario de las semillas a través de la noche y el silencio bajo la superficie de la Tierra. La cosecha es una de las grandes festividades del año. Era una época muy importante en la cultura celta, cuando la fertilidad de la tierra rendía sus frutos. Asimismo en el otoño de tu vida, los sucesos del pasado, las vivencias sembradas en la arcilla de tu corazón casi sin que lo supieras, rinden sus frutos. El otoño de la vida de la persona es tiempo de recoger, de cosechar los frutos de la experiencia.
El otoño y la cosecha interior Éstas son las cuatro estaciones del corazón. Pueden estar presentes más de una, aunque generalmente, en un momento dado, una sola predomina en tu vida. La tradición acostumbra identificar el otoño como sincrónico con la vejez. En el otoño de tu vida cosechas tu experiencia. Es un bello trasfondo para comprender el envejecimiento. No es simplemente un proceso en el cual tu cuerpo pierde su apostura, fuerza y confianza en sí mismo. También te invita a adquirir conciencia del círculo sagrado que envuelve tu vida. Dentro del círculo de la cosecha puedes recoger momentos y vivencias olvidados, reunirlos en tu seno. En realidad, si aprendes a concebir el envejecimiento, no como la muerte del cuerpo, sino como la cosecha de tu alma, verás que puede ser un tiempo de gran fuerza, seguridad y confianza. Al comprender la cosecha de tu alma en el marco del ciclo estacional deberías tener una sensación de serena alegría por la llegada de esta época de tu vida. Debería darte fuerzas y permitir que adviertas cómo se te revelará la comunión profunda del mundo de tu alma.
El cuerpo envejece, se debilita y enferma, pero el alma que lo rodea siempre lo protege con gran ternura. Es un gran consuelo saber que el cuerpo se encuentra dentro del alma. A medida que tu cuerpo va envejeciendo, puedes ver cómo tu alma lo sostiene y protege; entonces se desvanece el pánico, el miedo que se suele asociar con el envejecimiento. Así adquieres una mayor sensación de fuerza, comunión y seguridad. Envejecer te asusta porque parece que tu autonomía e independencia te abandonan contra tu voluntad. Para los jóvenes, los viejos parecen ancianos. Cuando empiezas a envejecer, adquieres conciencia de la marcha veloz del tiempo. En verdad, la única diferencia entre una persona joven en la plenitud de su exuberancia y una persona muy vieja en un nivel físico débil y vacuo es el tiempo.
El tiempo es uno de los mayores misterios de la vida. Todo lo que nos sucede, ocurre en y a través del tiempo. Es la fuerza que lleva cada vivencia a la puerta de tu corazón. Todo cuanto te sucede lo controla y determina el tiempo. El poeta Paul Murray dice que el momento es "el lugar de peregrinaje al que peregrino".
El tiempo abre y expone el misterio del alma. Siempre me he maravillado ante la fugacidad y los misterios desplegados por el tiempo. Lo expresé en mi poema Cabaña:
Estoy atento
detrás de la pequeña ventana
de mi mente y contemplo
el paso de los días, forasteros
que no tienen motivo para mirar dentro.
Visto así, el tiempo puede ser aterrador. El cuerpo humano está rodeado de la Nada, que es el elemento aire. No hay una protección física visible en torno de tu cuerpo; cualquier cosa puede acercarse a tí en cualquier momento y desde cualquier dirección. El aire no detendrá los dardos del destino que vienen a clavarse en tu vida. La vida es increíblemente contingente e imprevisible.
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