Anam Cara                    El Libro de la Sabiduría Celta

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Capítulo 5
Envejecer: la belleza de la cosecha interior 

La fugacidad hace de toda vivencia un fantasma

Uno de los aspectos más desoladores del tiempo es la fugacidad. El tiempo pasa y se lo lleva todo. Esto puede ser un consuelo cuando sufres. Te consuela pensar que ya pasará. Lo contrario es igualmente cierto: cuando lo estás pasando muy bien y te sientes feliz, estás con la persona amada y la vida no podría ser mejor. Esa tarde o día perfecto le dices en secreto a tu corazón: Dios mío, cuánto me gustaría que esto fuera así para siempre. Pero es imposible; todo tiene su fin. Fausto imploraba al momento que pasa: Verweile doch, du bist so schön. "Deténte un poco, eres tan bello..."
La fugacidad es la fuerza del tiempo que convierte toda vivencia en un fantasma. Jamás hubo un alba, por bella que fuese, que no diera lugar al mediodía. Jamás un mediodía dejó de correr hacia la tarde y ésta hacia la noche. Nunca hubo un día que no fuera a parar al cementerio de la noche. Así, todo lo que nos sucede se vuelve fantasma por obra de la fugacidad.
Nuestro tiempo se desvanece mientras lo vivimos. Es un hecho increíble. Formas parte de la trama del día, estás dentro de él, te rodea como una piel. Está alrededor de tus ojos y dentro de tu cerebro. El día te mueve; con frecuencia te agobia, o bien te eleva. Pero el hecho asombroso es que el día se va. Cuando miras detrás de ti, no ves tu pasado parado allí en una serie de formas diurnas. No puedes pasearte por la galería de tu pasado. Tus días se desvanecen, en silencio, para siempre. Tu futuro aún no ha llegado. El único terreno del tiempo es el presente.
Nuestra cultura pone un acento fuerte y digno sobre la importancia y la sacralidad de la experiencia. En otras palabras, lo que piensas, crees o sientes seguirá siendo una fantasía si no lo incorporas a la trama de la experiencia. Ésta es la piedra de toque de la verificación, la credibilidad y la intimidad profunda. Sin embargo, toda experiencia está condenada a desaparecer. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿existe un lugar secreto donde se reúnen nuestros días pasados? Como preguntó el místico medieval: ¿Adonde va la luz cuando se apaga la vela? Creo que sí existe un lugar secreto de reunión de los días desvanecidos. El nombre de ese lugar es memoria.

Memoria: donde se congregan en secreto nuestros días desvanecidos

La memoria es una de las realidades más bellas del alma. El cuerpo, tan atado a los sentidos visuales, con frecuencia no reconoce a la memoria como el lugar de reunión del pasado. La imagen más potente de la memoria es el árbol. Recuerdo haber visto en el Museo de Ciencias Naturales de Londres un corte transversal de un secoya gigante de California. La memoria del árbol se remontaba al siglo v Los anillos de recuerdos estaban señalados por banderitas blancas que indicaban un suceso de la época. El primero era el viaje de san Columbano a lona, en el siglo VI; después venían el Renacimiento, los siglos XVII, XVIII y así hasta el momento actual.
Nuestra cultura moderna de la velocidad, el estrés y la superficialidad es tan pobre, entre otras razones, porque desdeña la memoria. La industria del ordenador se ha apropiado del concepto. Es falso que el ordenador posea memoria: tiene dispositivos de almacenamiento y recuperación. La memoria humana, en cambio, es sutil, sagrada y personal. Posee su propia selectividad y profundidad. Es un templo interior de sentimientos y sensibilidad. Dentro de ese templo se agrupan diversas vivencias de acuerdo con sus sensaciones y forma particulares. Nuestro tiempo padece una amnesia profunda. Dijo el filósofo norteamericano Jorge Santayana: los que olvidan el pasado están condenados a repetirlo. 
La belleza y oportunidad de la vejez te ofrecen un tiempo de silencio y soledad para que visites la casa de tu memoria interior. Puedes revisitar todo tu pasado. La memoria es el lugar donde reside tu alma. Puesto que el tiempo lineal se desvanece, la memoria es poderosa. En otras palabras, nuestro tiempo se presenta en días de ayer, hoy y mañana. Sin embargo, hay otro lugar en nuestro interior que vive en un tiempo eterno: el alma. Ésta, pues, vive en la eternidad. Por lo tanto, a medida que las cosas suceden en tus días de ayer, hoy y mañana y desaparecen con la fugacidad, caen en la red de lo eterno de tu alma que las conserva. Ésta las reúne, conserva y cuida. A medida que tu cuerpo envejece y se debilita, tu alma se enriquece, profundiza y fortalece. Con el tiempo, tu alma se vuelve más segura de sí; se intensifica la luz natural de su interior. El maravilloso Czeslaw Milosz escribió un bello poema sobre la vejez titulado Una provincia nueva. Ésta es la última estrofa:

Hubiese querido decir: "Estoy saciado,
lo que nos es dado probar, lo he probado".
Pero soy como quien va a la ventana, corre la cortina
y ve una celebración que no comprende.

Tír na n-óg. la tierra de la juventud

La tradición celta poseía una maravillosa intuición sobre la forma en que el tiempo eterno está incluido en la trama del tiempo humano. Está expresada en la historia de Oisín (Ossián), miembro de los Fianna, la organización de soldados celtas. Cayó en la tentación de visitar la tierra de Tír na n-Óg, la tierra de la juventud eterna, donde vivía la buena gente, es decir, las hadas. Oisín se fue con ellos y durante muchísimo tiempo vivió feliz con su mujer Niamh Cinn Oir, conocida como Niamh la del cabello dorado. El tiempo, por ser jubiloso, transcurría con gran rapidez. La calidad de una vivencia es lo que determina el ritmo del tiempo. Cuando se sufre, cada segundo se alarga hasta parecer una semana. Cuando se está contento y se disfruta de la vida, el tiempo vuela. El tiempo de Oisín pasaba rápidamente en la tierra de Tír na n-Óg. Entonces empezó a echar de menos su antigua vida. Se preguntó cómo estarían los Fianna y que sucedería en Irlanda. Anhelaba volver a su patria, la tierra de Eire. Las hadas lo disuadían porque sabían que, como antiguo habitante del tiempo mortal y lineal, corría el peligro de perderse. No obstante, decidió regresar. Le dieron un hermoso caballo blanco y le dijeron que no desmontara, porque se perdería. Montado en el gran caballo blanco, volvió a Irlanda. Allí lo aguardaba una gran soledad, porque su ausencia había durado cientos de años. Los Fianna habían desaparecido. Para consolarse, visitó los antiguos terrenos de caza y los lugares donde habían banqueteado, cantado, contado viejas historias y realizado grandes hazañas. En el ínterin, el cristianismo había llegado a Irlanda. Cuando cabalgaba en su caballo blanco, Oisín vio a unos hombres que trataban vanamente de alzar una gran piedra para el muro de una iglesia. Él, que era soldado, poseía una fuerza descomunal y quería ayudarles, pero sabía que si desmontaba sería su perdición. Los miró de lejos y luego se acercó. No pudo contenerse. Quitó un pie del estribo y lo puso bajo la piedra para alzarla, pero en ese momento la cincha se rompió y Oisín cayó al suelo. En el momento de tocar la tierra de Irlanda se volvió un anciano débil y cubierto de arrugas. Esta hermosa historia muestra la coexistencia de dos niveles de tiempo. Quien cruzaba el umbral observado por las hadas, terminaba atrapado en el tiempo mortal y lineal. El punto de destino del tiempo humano es la muerte. El tiempo eterno es presencia ininterrumpida.

 

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