Anam Cara                    El Libro de la Sabiduría Celta

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Capítulo 6
La muerte: el horizonte está en el pozo 

El compañero desconocido

Hay una presencia que recorre contigo el camino de la vida. Jamás te abandona. A solas o acompañado, siempre la tienes contigo. Cuando naciste, salió contigo del útero, pero con la conmoción de tu llegada nadie lo advirtió. Aunque te rodea, tal vez no seas consciente de su compañía. Esta presencia es la Muerte.
Nos equivocamos al creer que la muerte sólo llega al final de la vida. Tu muerte física no es sino la consumación de un proceso iniciado por tu acompañante secreto en el momento en que naciste. Tu vida es la de tu cuerpo y tu alma, pero la muerte rodea a ambos. ¿Cómo se manifiesta en nuestra experiencia cotidiana? La vemos en distintos disfraces en las zonas de nuestra vida en que somos vulnerables, débiles, negativos o estamos heridos. Uno de los rostros de la muerte es la negatividad. En cada uno hay una herida de negatividad; es como una llaga en tu vida. Puedes ser cruel y destructivo contigo mismo incluso cuando los tiempos son buenos. Algunas personas están viviendo momentos maravillosos en este preciso instante, pero no se dan cuenta de ello. Tal vez, más adelante, en épocas duras o destructivas, uno recordará esos tiempos y dirá: "Era feliz entonces, pero lamentablemente no me daba cuenta".
Las caras de la muerte en la vida cotidiana
En nuestro interior hay una fuerza de gravedad que pesa sobre nosotros y nos aleja de la luz. El negativismo es una adicción a la sombra tétrica que revolotea alrededor de cada forma humana. En una poética de desarrollo o de vida espiritual, una de nuestras actividades constantes es la transfiguración de este negativismo, la fuerza y la cara de tu muerte que roe tu permanencia en el mundo. Quiere transformarte en un forastero en tu propia vida. Este negativismo te condena a un exilio frío, lejos de tu propio amor y calor. Si te ocupas consecuentemente de esta tendencia, puedes transfigurarla al volverla hacia la luz de tu alma. Esta luz espiritual le resta gradualmente gravedad, peso y poder destructivo al negativismo. Poco a poco, lo que llamas tu lado negativo puede convertirse en tu interior en una gran fuerza de renovación, creatividad y desarrollo. Todos debemos hacerlo. El sabio es el que sabe dónde reside su negativismo pero no se vuelve adicto a él. Detrás de tu negativismo hay una presencia mayor y más generosa.
Con su transfiguración, vas hacia la luz que se oculta en esa presencia mayor. Al transfigurar constantemente los rostros de tu propia muerte te aseguras de que al final de tu vida la muerte física no vendrá como un extraño a robarte esa vida que tenías; conocerás perfectamente su rostro. Por haber superado el miedo, tu muerte será un encuentro con un amigo de toda la vida proveniente de lo más profundo de tu propia naturaleza.
Otro de los rostros de la muerte, otra de sus expresiones en la vida cotidiana, es el miedo. Ningún alma está libre de esta sombra. El valiente es el que puede identificar sus miedos y los aprovecha como fuerza de creatividad y desarrollo. Hay distintos niveles de miedo en nuestro interior. Uno de sus aspectos más poderosos es su increíble habilidad para falsificar las realidades de tu vida. No conozco otra fuerza capaz de destruir la felicidad y tranquilidad de tu vida con tanta rapidez. Puede volver tu alma irreal y destruir tus vínculos de arraigo.
Hay distintos niveles de miedo. A muchas personas les aterra la idea de perder el control y lo utilizan como mecanismo para estructurar su vida. Quieren controlar lo que sucede a su alrededor y a ellos mismos. Pero el exceso de control es destructivo. Es quedar atrapado en una trama protectora que uno mismo teje en torno de su vida. Así uno puede quedar marginado de muchas bendiciones que le están destinadas. El control siempre debe ser parcial y transitorio. En momentos de dolor, y sobre todo en el de la muerte, tal vez no puedas conservar este control. La vida mística siempre ha reconocido que el distanciamiento del yo es necesario para llegar a la presencia divina en el interior de uno mismo. Cuando dejes de controlar, te asombrarás al ver hasta qué punto se enriquece tu vida. Las cosas falsas a las que te habías aferrado se alejan rápidamente. Lo verdadero, lo que amas profundamente, lo que es verdaderamente tuyo, penetran en tu interior. Ahora nadie podrá quitártelos.

La muerte como raíz del miedo

Otros temen ser sí mismos. Muchas personas permiten que ese miedo limite su vida. Fingen constantemente, se forjan cuidadosamente una personalidad que creen el mundo aceptará o admirará. Incluso en su propia soledad temen el encuentro consigo mismas. Uno de los deberes más sagrados del propio destino es el de ser uno mismo. Cuando aprendes a aceptarte y amarte, dejas de temer a tu propia naturaleza. En ese momento, entras en consonancia con el ritmo de tu alma y entonces te paras sobre tu propio terreno. Te sientes seguro y firme. Estás en equilibrio. Agotarás tu vida en vano si caes en la política de forjarte una máscara acorde con las expectativas ajenas. La vida es muy breve y un destino especial nos aguarda para desarrollarse. A veces el miedo a ser nosotros mismos nos aparta de ese destino y terminamos famélicos y empobrecidos, víctimas de la hambruna que hemos provocado.
La mejor historia que conozco sobre la presencia del miedo, un cuento de la India, trata de un hombre condenado a pasar la noche en una celda con una serpiente venenosa. Con el menor movimiento, ésta lo mataría. Durante toda la noche el hombre permaneció de pie, inmóvil en un rincón, temeroso de que su misma respiración pudiera incitar a la serpiente. A la primera luz del alba vio el reptil en el rincón opuesto de la celda y sintió un gran alivio porque no la había despertado. Pero cuando la luz penetró en la celda, advirtió que no era una serpiente sino una cuerda. La moraleja sugiere que en muchas divisiones de nuestras mentes hay objetos inofensivos como la cuerda, pero nuestra ansiedad los convierte en monstruos que nos dominan e inmovilizan en la pequeña celda de nuestra vida.
Una forma de transfigurar el poder y la presencia de tu muerte es transfigurar tu miedo. Cuando siento angustia o miedo, me es útil preguntarme cuál es la razón de mi miedo. Es una pregunta liberadora. El miedo es como la niebla; se extiende y distorsiona la forma de todo. Cuando la circunscribes con esa pregunta, se reduce a proporciones manejables. Cuando descubres qué te asusta, recuperas el poder que le habías entregado al miedo. Al mismo tiempo apartas a éste de la noche de lo desconocido, que le da vida. El miedo se multiplica en el anonimato, rehúye los nombres. Cuando le pones un nombre, el miedo se encoge.
La muerte es la raíz de todos los miedos. En toda vida hay una época en que uno siente terror de morir. Vivimos en el tiempo, y éste es fugaz. Nadie puede decir con certeza qué le sucederá esta noche, mañana o la semana entrante. El tiempo puede llevar cualquier cosa a la puerta de tu vida. Uno de los aspectos más aterradores de la vida es justamente su imprevisibilidad. Cualquier cosa puede sucederte. Ahora, mientras lees estas líneas, hay personas en el mundo que sufren la irrupción brutal de lo inesperado. Suceden cosas que alterarán su vida para siempre. El nido de su comunión es destruido, su vida no volverá a ser la misma. Alguien recibe una mala noticia en el consultorio del médico; alguien sufre un accidente de tránsito y jamás volverá a caminar; alguien es abandonado por su amante, que jamás volverá. Cuando contemplamos el futuro de nuestra vida, no podemos prever lo que sucederá. No podemos tener certezas. Sin embargo, hay una certeza: llegará un día, por la mañana, la tarde o la noche, en que serás llamado de este mundo, un momento en que deberás morir. Aunque el hecho es seguro, su naturaleza es completamente contingente. Dicho de otra manera, no sabes dónde, ni cómo, ni cuándo morirás, ni quién estará contigo, ni qué sentirás. Estos hechos sobre la naturaleza de tu muerte, el suceso más decisivo de tu vida, siguen siendo totalmente oscuros.
Aunque la muerte es la experiencia más poderosa de la vida, nuestra cultura hace enormes esfuerzos para negar su presencia. En cierto sentido, los medios de comunicación, la imagen y la publicidad tratan de crear un culto a la inmortalidad; es raro que se reconozca el ritmo de la muerte en la vida. Como ha dicho Emmanuel Levinas: "Mi muerte llega en un momento sobre el que no tengo ningún poder".

 

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